Pedro Puigvert
Las bienaventuranzas
Sal de la tierra y luz del mundo
Cristo, la Ley y los profetas
El enojo contra el hermano
El pecado de pensamiento
La enseñanza de Jesús sobre el divorcio
La importancia de decir siempre la verdad
La ley del Talión y la venganza personal
El amor a los enemigos
¿Cómo vivir una vida justa?
¿Cómo debemos orar?
La oración modelo: El Padrenuestro
El ayuno: La disciplina personal en la vida espiritual
Dios y las riquezas
¿Cómo miramos las cosas del mundo?
El afán y la ansiedad
El juicio humano
Una gran promesa: pedid, llamad, buscad
La puerta estrecha y el camino angosto
Los falsos profetas
La entrada en el Reino
Cómo edificar nuestra vida cristiana
Este pasaje es el segundo ejemplo que el Señor Jesús usa para ilustrar su enseñanza sobre la vida de piedad o conducta espiritual. Entra de lleno en el principio general de este capítulo de guardarnos de hacer nuestra justicia delante de los hombres para ser vistos. Después de exponer la manera correcta de dar limosna, Jesús menciona la forma cabal de dirigirnos a Dios en oración. Quizás, al leer este pasaje, el primer pensamiento que ha venido a nuestra mente ha sido considerarlo como una denuncia de los fariseos, los auténticos hipócritas, sin relacionarlo con nosotros.
Pero la denuncia del Señor tiene que ver con los efectos terribles del pecado en el ser humano y muy concretamente con el pecado de orgullo espiritual. Pone en evidencia que el pecado es algo que nos acompaña siempre, incluso cuando estamos en la presencia de Dios. El pecado, en singular, es un estado del corazón, más que una serie de actos que son la consecuencia.
Lo terrible de esta enseñanza de Jesús es mostrarnos que es posible pensar que estamos en la presencia de Dios para adorarlo, cuando en realidad nos estamos alabando a nosotros mismos en su presencia. ¿Cómo debemos orar? Veremos que hay una forma errónea y otra genuina de orar.
No es que no sea bueno reservar tiempo para orar, pero si lo que nos preocupa es ante todo orar durante ese tiempo determinado y no el hecho de orar, valdría más que no lo hiciéramos. Fácilmente podemos caer en la rutina y olvidarnos de lo que estamos haciendo. Sin embargo, no todo es cuestión del tiempo determinado, el peligro está también en otra parte. Por ejemplo, hemos leído que los grandes santos han dedicado mucho tiempo a la oración. Consecuentemente, tendemos a pensar que para ser santos tenemos que estar mucho tiempo en la presencia de Dios orando.
Pero nos olvidamos que ellos no estaban pendientes del reloj, porque lo que menos les importaba era el tiempo, ya que por encima de todo valoraban la oración. Tampoco estamos exentos nosotros de usar muchas repeticiones al orar o de hacer oraciones calcadas, cuando se ha pedido que se ore por un tema concreto. Otro detalle, que entraría también aquí es cuando nos empeñamos en repetirle a Dios su Palabra y en lugar de orar, le hacemos un sermón a Dios sobre la base de algunos versículos.
Lo que señala nuestro texto es que tanto en público como en privado al orar debemos excluir a los demás en el sentido de que cuando oro estoy en intimidad con Dios y me olvido de lo que hay en mi alrededor. Al orar nos dirigimos a Dios y aunque en público los hermanos escuchan nuestra oración, no nos estamos dirigiendo a ellos, sino que somos en aquel momento los portavoces de ellos ante Dios y por eso al final dicen amén identificándose con lo que hemos dicho.
La segunda exclusión y olvido es de nosotros mismos. De nada serviría entrar en el aposento y cerrar la puerta si todo el rato estoy lleno de mí mismo, pensando acerca de mí mismo y me enorgullezco de mi oración. En lugar de esto debemos abrirnos a Dios y a al inefable experiencia de una comunión íntima con él.
Conclusión
¿Cómo debemos orar? Por un lado desechando las formas equivocadas de hipocresía religiosa y, por otro, adoptando los principios señalados por Jesús, entrando en nuestro aposento en lo íntimo de nuestro ser olvidándonos de nosotros mismos. Comprender que estamos ante la presencia misma de Dios, el cual es nuestro Padre que nos ama en Cristo. Nuestras peticiones serán hechas con toda confianza sabiendo que si pedimos de acuerdo a su voluntad él nos responderá a las peticiones que le habremos hecho.
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