Pedro Puigvert
Las bienaventuranzas
Sal de la tierra y luz del mundo
Cristo, la Ley y los profetas
El enojo contra el hermano
El pecado de pensamiento
La enseñanza de Jesús sobre el divorcio
La importancia de decir siempre la verdad
La ley del Talión y la venganza personal
El amor a los enemigos
¿Cómo vivir una vida justa?
¿Cómo debemos orar?
La oración modelo: El Padrenuestro
El ayuno: La disciplina personal en la vida espiritual
Dios y las riquezas
¿Cómo miramos las cosas del mundo?
El afán y la ansiedad
El juicio humano
Una gran promesa: pedid, llamad, buscad
La puerta estrecha y el camino angosto
Los falsos profetas
La entrada en el Reino
Cómo edificar nuestra vida cristiana
Con este texto terminamos el capítulo con la sexta ilustración que utilizó Jesús para explicar su enseñanza sobre la ley de Dios en contraposición con al interpretación que de la misma hacían los escribas y fariseos.
Este pasaje es extraordinariamente rico en contenido y una continuación lógica de los principios expuestos por el Señor en los versículos precedentes.
"Chang kai-sheck nació y creció en un modesto hogar de agricultores en una pequeña aldea china. Perdió a su padre cuando era muy joven y fue criado por su madre, una ferviente budista. A la edad de 25 años ya era jefe de una tropa muy adicta al régimen comunista. Su labor usual era invadir ciudades, aterrorizar a las familias, masacrar y saquear. Los establecimientos misioneros no escapaban de ese trato, por el contrario, continuamente eran blanco de sus incursiones. Chang, ascendido a general, se vanagloriaba de esas hazañas.
Cierta vez prendió fuego a un hospital y destruyó al mismo tiempo la vivienda del médico misionero. Éste pidió una entrevista a Chang y le dijo: -General, quisiera pedirle un favor.-No te concederé nada- fue la respuesta. -Usted arruinó toda mi obra –prosiguió el médico-; ya no tengo nada que hacer. ¿Me permite curar a sus soldados heridos? Este pedido conmovió a Chang.
Habló de ello a su mujer, una cristiana que oraba desde hacía mucho tiempo por él. Ella le explicó que este médico ponía en práctica la enseñanza del evangelio: <Amad a vuestros enemigos>. -¡Pues bien! – dijo el general-, si tal es la religión de esos extranjeros, quiero ser cristiano. En 1936 Chang fue hecho prisionero. Su esposa pidió que le fuese concedido acompañarlo en su cautiverio.
Entonces, él recibió a Jesús como su Salvador y con valentía dio testimonio de su fe hasta el fin de su vida".
Tanto en el caso anterior como en este, resolvemos la dificultad considerando que todas estas órdenes tienen carácter judicial, nunca personal. Si esto no fuera así, ¿cómo podríamos conciliar la enseñanza de Jesús de amar a los enemigos con toda la serie de maldiciones que pronunció contra los fariseos? Por otro lado, si la gracia de Dios se muestra sobre todos los hombres, al mismo tiempo no excluye que Dios condene a los pecadores. Su amor no está reñido con su justicia.
Por eso, en el AT podemos ver tanto el amor de Dios como su juicio contra las naciones pecadoras, el cual se convierte en tipo del juicio futuro contra los impíos.
Explicado de otro modo, es el amor en acción o el amor que obra y no un sentimiento, sino un amor desinteresado. En este tipo de amor no importa lo que una persona puede hacernos ni del modo que nos trate, porque siempre tendremos oportunidad de amarle, o sea, de hacerle bien. Recordemos la historia del médico misionero.
El amor ágape no consiste en sentir algo por la persona que nos hace daño, sino de hacer algo por ella. No es un amor afectivo o sentimental, sino efectivo u operativo, como el amor de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos. El mandato de Jesús no es que debemos amar a nuestros enemigos del modo que amamos a nuestros familiares o a nuestros amigos, porque hubiera empleado alguno de los otros verbos.
El amor que Jesús exige consiste en una actitud, una determinación que pertenece a la voluntad, no en un amor que nos obliga a sentir afecto por quien nos ha ofendido ni a devolver amistad a quien nos ha defraudado. Lo que nos pide Jesús a los cristianos es tener la capacidad de ayudar y prestar un servicio o hacer el bien al que nos ha ofendido.
Por eso lo ilustra con tres ejemplos:
Conclusión
En otras palabras, el cristiano ha de ser como su Padre celestial y manifestar en este mundo las características morales de Dios mismo. Tiene que vivir como el Señor Jesucristo, seguir sus normas e imitar su ejemplo: no sólo ha de ser distinto a los demás, ha de ser como Cristo.
La perfección no se refiere a la propia de la naturaleza divina, porque esto sería imposible, sino a la madurez de una conducta semejante a la de Cristo.¿Qué hacemos los cristianos más que los otros seres humanos?¿Qué hay en nosotros de especial? Examinemos nuestra vida a la luz de estos textos y actuemos en consecuencia.
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