Pedro Puigvert
Reemprendemos hoy el tramo que nos faltaba de esta carta para completar la parte práctica que trata acerca de los deberes en la familia o en el hogar, siendo el primero el de los esposos, el segundo el de padres e hijos y el tercero de los amos y siervos.
La sumisión de la que habla Pablo no significa inferioridad. Debemos captar la diferencia entre las personas por un lado y su papel o función, por el otro. Esposos y esposas, padres e hijos, amos y siervos tienen la misma dignidad como seres humanos, pero ejercen funciones diferentes dadas por Dios. El Señor ha establecido un ordenamiento de la vida humana en el que hay algunas funciones de autoridad o liderazgo. Se trata de una autoridad delegada por Dios porque la palabra griega traducida por "someter" incluye el término orden.
La sumisión es el reconocimiento humilde del ordenamiento divino de la sociedad y tiene su aplicación también en la iglesia. En ésta como creyentes todos debemos someternos unos a otros, pero en cuanto a la función de autoridad están los ancianos a los que nos sometemos siempre que sus decisiones estén fundamentadas en la Palabra de Dios porque tiene que haber orden y no anarquía.
De la misma manera se dice a las esposas que se sometan a los esposos como al Señor que es el que tiene la autoridad, a los hijos que obedezcan a sus padres en el Señor y a los siervos que sean obedientes a sus amos terrenales como a Cristo. O sea, detrás del esposo, los padres, y los amos deben discernir al mismo Señor que les ha dado su autoridad. Lo mismo sucede con la sumisión mutua de todos los cristianos ya que es en el temor de Cristo (Dios en RV) que debemos someternos unos a otros, ya que es él quien ostenta la autoridad como Señor, pero también se humilló como siervo.
Ahora bien, esta autoridad no significa obediencia incondicional o ilimitada. Cuando se utiliza mal, ordenando lo que Dios prohíbe o prohibiendo lo que Dios ordena, entonces nuestro deber es rehusar la obediencia porque estaríamos desobedeciendo a Dios.
Fue a este comienzo al que Jesús apeló cuando habló acerca del matrimonio. Evidentemente, hombres y mujeres somos iguales ante Dios, pero no idénticos. Dios ha creado al ser humano masculino y femenino a su semejanza, así que ambos llevan su imagen, pero cada una complementa la otra. De ahí que podemos sostener la igualdad y complementariedad a la vez de ambos. ¿Cuál es, pues, la distinción?
La respuesta es que Dios ha dado al hombre (y especialmente al esposo en la relación matrimonial) una cierta autoridad y que la esposa se encontrará a sí misma y descubrirá su verdadera función dada por Dios, no en la rebelión contra él o a su mandato, sino en la sumisión voluntaria y gozosa.
Conclusión. Este pasaje nos enseña que la sumisión es un deber cristiano general. La instrucción no es "casadas someteos, esposos dirigid", sino "casadas someteos, maridos amad". Lo que el apóstol enfatiza no es la autoridad sobre la esposa sino su amor por ella. La cabeza envuelve un grado de iniciativa e implica sacrificio un darse por amor.
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